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jueves, 17 de mayo de 2012

El gusto de los niños por el terror


Muchos padres no se explican el amor por el horror que sienten sus hijos. En cambio, los psicólogos lo ven muy claro: "La televisión, el cine, la literatura... reproducen lo que hay en la sociedad", dice la psicóloga brasileña Elza Días Pacheco. "Los noticieros están llenos de hechos sangrientos que alteran a los chicos, por eso necesitan del terror falso y de los monstruos de ficción para exorcizar sus miedos...". Según esta especialista, doctora en psicología, autora de varios libros sobre comunicación, profesora del curso Televisión y niños en la Universidad de Sao Paulo, "los monstruos gustan tanto porque tienen poder. Pueden transformarse o ser invisibles, vencer a quien quieran, dominarlo todo. El niño se identifica con ellos porque está indefenso, dependiendo de los adultos y, a veces, tiene deseos de venganza y necesita dar salida a su agresividad".

"Los niños no son tan maniqueos como nosotros -continúa-. Saben que todos tenemos algo de malos y de buenos, por eso les interesan las mutaciones horripilantes. ¿Recuerdas El Increíble Hulk, ese que se transformaba en un hombre verde? Gustaba a todo el mundo, porque podía ser un tipo normal, con sus limitaciones, y de pronto, al enojarse, se volvía omnipotente".

Aunque no existe ningún estudio concluyente, se tiende a recelar de los efectos de la monstruosidad en el público infantil. "Los chicos no son tan tontos -dice la psicóloga- Distinguen perfectamente entre la realidad y la fantasía. A ellos les viene bien ver estas eos as, porque así entienden sus propios monstruos interiores. Puede haber excepciones en casos problemáticos, pero eso deben verlo sus padres... Porque a un niño no se lo conoce sólo leyendo a Freud, sino conviviendo con él, viendo las películas a su lado, vigilando sus reacciones, compartiendo y escuchando sus opiniones...".

En realidad, si a ellos les gusta el terror y nosotros podemos resistir el miedo de quedarnos a su lado, no hay nada que temer. Se supone que juntos podremos defendernos. Nosotros a ellos... o, mejor dicho, ellos a nosotros. Porque, bien mirado, nuestro exceso de protección resulta trasnochado frente a su claridad para entender las cosas. El otro día, un chico de tan sólo dos años, al ver a su padre muy trajeado para una fiesta, le decía: "Papá, qué lindo estás... pero ¿por qué te vestiste de Drácula?".

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