En la actualidad, debido a las técnicas reproductivas, no faltan quienes insisten: "¿Y por qué vas a adoptar? Mejor intenta una inseminación", interviniendo en la decisión de una mujer que, por alguna razón personal, ha decidido no someterse a técnicas acerca de cuyos efectos aún no tenemos suficientes aportes clínicos y psicológicos. Son las amigas que afirman: "Siempre es mejor el hijo propio, el de una..." sin considerar que el hijo propio probablemente se convierta en trillizos o cuatrillizos, y que, por otra parte, quien decide adoptar tiene razones personales, físicas o psicológicas para hacerlo.
Tampoco faltan quienes se ocupan de demonizar la adopción contando cuántos adoptivos-problema conocieron o cuántos padres frustrados encontraron. Así como existen otras personas que sólo atinan a empujar a la pareja: "¡Qué maravilla... Qué bien! Es lo mejor que pueden hacer. ¡Les va a ir bárbaro!", con un entusiasmo que a los adoptantes les resulta absolutamente ficticio.
Hasta aquí me ocupé de describir vivencias (sentimientos) y deseos acerca del adoptar. Son dos instancias diferentes: los deseos no tienen la misma carga de afecto que los sentimientos. Los sentimientos están más unidos a las necesidades. Entonces, una cosa es necesitar un hijo y otra es desearlo.
La necesidad puede satisfacerse con la adopción. Pero desear a un hijo, vale tanto para el biológico como para el adoptivo, implica poder aceptarlo como es, con sus aspiraciones y con modos de ser que no siempre coinciden con el modelo familiar. Cuando así sucede con los hijos biológicos, los padres se preguntan: "¿A quién habrá salido?" P
ero cuando sucede con los adoptivos... automáticamente se les adjudica la responsabilidad a los progenitores. Lo cual no es válido, porque puede tratarse de modalidades propias del hijo, que no tengan relación alguna con su historia previa a la adopción. Estos son fenómenos que es interesante tener en cuenta cuando se habla de las vísperas de una adopción, porque es pertinente que, antes de adoptar, los padres puedan reflexionar no sólo acerca de lo que les sucede a ellos, sino anticiparse a lo que resultará cuando estén junto con el hijo.
De allí que hemos distinguido entre deseo de embarazo, que la mujer vivencia de un modo y el varón de otro, deseo de hijo -que implica respeto hacia ese otro ser con sus propias características- y deseo de adoptar, que resulta de una reflexión delicada y rigurosa donde, al mismo tiempo, se mezclan y superponen afectos y no sólo pensamientos y decisiones. Es decir que los futuros adoptantes atraviesan por jornadas de intenso trabajo psíquico que excede, largamente, el hecho de hablar de sus ganas de adoptar.
Tampoco faltan quienes se ocupan de demonizar la adopción contando cuántos adoptivos-problema conocieron o cuántos padres frustrados encontraron. Así como existen otras personas que sólo atinan a empujar a la pareja: "¡Qué maravilla... Qué bien! Es lo mejor que pueden hacer. ¡Les va a ir bárbaro!", con un entusiasmo que a los adoptantes les resulta absolutamente ficticio.
Hasta aquí me ocupé de describir vivencias (sentimientos) y deseos acerca del adoptar. Son dos instancias diferentes: los deseos no tienen la misma carga de afecto que los sentimientos. Los sentimientos están más unidos a las necesidades. Entonces, una cosa es necesitar un hijo y otra es desearlo.
La necesidad puede satisfacerse con la adopción. Pero desear a un hijo, vale tanto para el biológico como para el adoptivo, implica poder aceptarlo como es, con sus aspiraciones y con modos de ser que no siempre coinciden con el modelo familiar. Cuando así sucede con los hijos biológicos, los padres se preguntan: "¿A quién habrá salido?" P
ero cuando sucede con los adoptivos... automáticamente se les adjudica la responsabilidad a los progenitores. Lo cual no es válido, porque puede tratarse de modalidades propias del hijo, que no tengan relación alguna con su historia previa a la adopción. Estos son fenómenos que es interesante tener en cuenta cuando se habla de las vísperas de una adopción, porque es pertinente que, antes de adoptar, los padres puedan reflexionar no sólo acerca de lo que les sucede a ellos, sino anticiparse a lo que resultará cuando estén junto con el hijo.
De allí que hemos distinguido entre deseo de embarazo, que la mujer vivencia de un modo y el varón de otro, deseo de hijo -que implica respeto hacia ese otro ser con sus propias características- y deseo de adoptar, que resulta de una reflexión delicada y rigurosa donde, al mismo tiempo, se mezclan y superponen afectos y no sólo pensamientos y decisiones. Es decir que los futuros adoptantes atraviesan por jornadas de intenso trabajo psíquico que excede, largamente, el hecho de hablar de sus ganas de adoptar.