Aunque resulte asombroso, podemos afirmar, como resultado de la práctica profesional, que los padres adoptantes suelen generar envidia en numerosas personas cercanas, vecinos, amigos y familiares. ¿Por qué?
Porque quienes adoptan son personas que han sido capaces de oponerse al mandato de la Naturaleza: a una biología que decía no, es decir, que no autorizaba un embarazo, estos padres le oponen un sí desde la cultura, desde su posibilidad de amor, desde su generosidad y desde el reconocimiento de su imposibilidad. Es decir, disponen de una solidez emocional que les permite apostar a esta criatura de origen desconocido y a su propia calidad como futuros padres en dicha situación.
Es decir que evidencian poder. Y ante esa evidencia, es frecuente que se desate la envidia de aquellos que dicen o sienten: "Yo nunca podría adoptar". Es la gente que más tarde habrá de mirar con asombro, dudas, y comentarios descalificantes a los adoptivos. Se los reconoce fácilmente. Son aquellos que dicen: "¡Vos sí que tenes coraje! Atreverte a adoptar". O bien: "Qué obra de bien que vas a hacer...," con lo cual colocan al niño en situación mendicante, y no sólo como abandonado-rescatado por la cultura.
También están las vecinas o conocidas que, encontrándose en algún negocio con la madre y el niño, ya grandecito, lo miran y, siendo una criatura ostensiblemente diferente a la madre, le dicen: "Qué lindo ¿A quién se parece?", cuando saben o sospechan que se trata de un adoptivo, poniendo a la adoptante en situación de dar explicaciones. Algo que, personalmente entiendo no conviene que haga. A lo sumo, repreguntarle a la interlocutora: "¿Y qué te parece? Vos que me preguntas, ¿a quién lo encontrás parecido?" Es decir, negarse a hacerle el juego a la pregunta venenosa, invasora, descalificante.
A veces, son los abuelos los que advierten acerca de lo que estiman riesgos de la adopción, así como otros la apoyan fervientemente.
Porque quienes adoptan son personas que han sido capaces de oponerse al mandato de la Naturaleza: a una biología que decía no, es decir, que no autorizaba un embarazo, estos padres le oponen un sí desde la cultura, desde su posibilidad de amor, desde su generosidad y desde el reconocimiento de su imposibilidad. Es decir, disponen de una solidez emocional que les permite apostar a esta criatura de origen desconocido y a su propia calidad como futuros padres en dicha situación.
Es decir que evidencian poder. Y ante esa evidencia, es frecuente que se desate la envidia de aquellos que dicen o sienten: "Yo nunca podría adoptar". Es la gente que más tarde habrá de mirar con asombro, dudas, y comentarios descalificantes a los adoptivos. Se los reconoce fácilmente. Son aquellos que dicen: "¡Vos sí que tenes coraje! Atreverte a adoptar". O bien: "Qué obra de bien que vas a hacer...," con lo cual colocan al niño en situación mendicante, y no sólo como abandonado-rescatado por la cultura.
También están las vecinas o conocidas que, encontrándose en algún negocio con la madre y el niño, ya grandecito, lo miran y, siendo una criatura ostensiblemente diferente a la madre, le dicen: "Qué lindo ¿A quién se parece?", cuando saben o sospechan que se trata de un adoptivo, poniendo a la adoptante en situación de dar explicaciones. Algo que, personalmente entiendo no conviene que haga. A lo sumo, repreguntarle a la interlocutora: "¿Y qué te parece? Vos que me preguntas, ¿a quién lo encontrás parecido?" Es decir, negarse a hacerle el juego a la pregunta venenosa, invasora, descalificante.
A veces, son los abuelos los que advierten acerca de lo que estiman riesgos de la adopción, así como otros la apoyan fervientemente.