De sobrevivir gracias a los constantes cuidados de su madre, de no tener conciencia de su individualidad, el bebé de un año pasa a comportarse como una personita. No solamente empieza a caminar, sino a comer de todo. También a hablar. Sigue siendo un ser muy dependiente pero sus horizontes se amplían. En la mayoría de los casos, ha vivido ya una importante separación de su madre: el destete.
A partir de los dos años, está preparado para captar situaciones cada vez más complejas. Empieza a expresarse y a relacionarse con los demás.
Es una personita que habla de sí mismo, se afirma, niega... Ha llegado el momento de romper esa relación tan exclusiva con su madre. Y quien ha de separar a la madre de su hijo es el padre.
Para que un
niño pueda crecer armónicamente, para que su mente se estructure adecuadamente, para que se sienta seguro de sí mismo y de los demás, tiene que sentir que su
padre, su madre y él forman un triángulo fuertemente unido que nadie ni nada puede romper. Aunque, los padres se separen, el triángulo debe seguir, pues ellos dejarán de ser amantes, dejarán de convivir...
Dejarán atrás muchas cosas pero seguirán siendo sus padres. Aunque nazcan otros hijos. Ellos formarán su propio triángulo. Cada niño tiene el suyo... único, intransferible, distinto.
Una madre que mantiene con su hijo una relación excluyente más allá de los 2 años... ¿es posesiva? Sin lugar a duda, sí lo es. Y esta actitud es peligrosa.