Conceptos como paternidad responsable, planificación familiar y educación sexual podrían evitar que se produzcan 11.000.000 de abortos por año en el mundo, en adolescentes en su mayoría solteras. Debemos ayudar a nuestros jóvenes a asumir la responsabilidad. Tenemos la obligación de darles la información que necesitan.
Existen diferentes métodos anticonceptivos: su aceptación y su eficacia dependerá de una elección a partir del conocimiento y de cuál resulte más aceptado por la pareja.
El método de las temperaturas
Suele ser mal interpretado. No siempre se conoce que los riesgos de la fecundación no desaparecen sino cuando la temperatura tomada al levantarse por la mañana se ha mantenido por encima de los 37° por más de 48 horas. Además, por lo general, cuesta mantener una programación escalonada en el tiempo.
El preservativo masculino y el diafragma femenino
Son muy conocidos como medios de protección, pero no por ello dejan de ser objeto de cierta aprensión. Hay quienes consideran tales métodos exentos de poesía y susceptibles de anular el deseo erótico, a partir del momento en que se sienten obligados a preverlo todo.
La pildora anticonceptiva
Es objeto de curiosidad y también de desconfianza por parte de los jóvenes. Expresan sus inquietudes sobre el riesgo de obesidad, cefaleas-aumento de vello, etc. Sin embargo, es el método más usado entre ellos, sobre todo porque es el de más fácil acceso y por su alto índice de eficacia (el 100 % cuando se toma con regularidad, desde el 5o día después del inicio de la menstruación hasta el día 25° del ciclo).
Los dispositivos intrauterinos
Muchos médicos opinan que la colocación de un DIU no es indicada en mujeres que no han tenido un bebé, o al menos presentado un embarazo. Esta preocupación tiene por finalidad evitar el riesgo de distender el cuello uterino y sobre todo el riesgo de infección que podría poner en peligro la función procreadora. La eficacia del DIU se sitúa en alrededor del 99% y para numerosas parejas con dificultad para ordenarse constituye el más adecuado: representa un método cómodo que evita la obligación cotidiana de ia pildora.
Entrada destacada
Aborto involuntario
#abortoinvoluntario #aborto #perderembarazo #embarazoproblemas #embarazoperdido En los embarazos no deseados , se enfrentan a un a...
jueves, 7 de junio de 2012
jueves, 31 de mayo de 2012
Rabietas, malas palabras y promesas
LAS RABIETAS
¿Qué hacer cuando un chico encaprichado se tira al suelo, chilla y patalea? Si lo dejamos así, aumentará su rabia, porque se sentirá abandonado. Podemos tomarlo en brazos y, sin decir una palabra, dejar que llore todo lo necesario. "Darle el gusto", pegarle o retarlo no sirven. Acompañarlo en la expresión de su furia, sí.
Malas palabras
Algunos padres no las toleran, otros consideran que aunque no son deseables, se las puede aceptar en determinadas circunstancias. Sea cual fuere nuestra decisión al respecto, deberá quedar claramente expresada ante los chicos, y una vez adoptada nuestra posición, habrá que ser consecuente. Si las toleramos un día y las rechazamos al siguiente, ningún castigo podrá evitar su uso.
Promesas incumplidas
Romper la promesa que le hicimos a un niño no sólo le produce decepción, sino que, en general, lo hiere e incluso origina su ira. Si no estamos absolutamente seguros de que podremos cumplir, mejor no prometer. Podemos decirle que "esperamos poder hacer o comprar tal o cual cosa", pero que no estamos totalmente seguros. De esta forma, podremos seguir compartiendo el placer de hacer proyectos junto con los chicos, sin correr el peligro de romper una promesa. Y de este modo, también ellos aprender a cumplir lo prometido.
Malas palabras
Algunos padres no las toleran, otros consideran que aunque no son deseables, se las puede aceptar en determinadas circunstancias. Sea cual fuere nuestra decisión al respecto, deberá quedar claramente expresada ante los chicos, y una vez adoptada nuestra posición, habrá que ser consecuente. Si las toleramos un día y las rechazamos al siguiente, ningún castigo podrá evitar su uso.
Promesas incumplidas
Romper la promesa que le hicimos a un niño no sólo le produce decepción, sino que, en general, lo hiere e incluso origina su ira. Si no estamos absolutamente seguros de que podremos cumplir, mejor no prometer. Podemos decirle que "esperamos poder hacer o comprar tal o cual cosa", pero que no estamos totalmente seguros. De esta forma, podremos seguir compartiendo el placer de hacer proyectos junto con los chicos, sin correr el peligro de romper una promesa. Y de este modo, también ellos aprender a cumplir lo prometido.
jueves, 24 de mayo de 2012
La buena elección del colegio
Acertar con el colegio adecuado no es cosa de un día. Son muchos los requisitos a tener en cuenta. Si a pesar de todo vemos que nuestro hijo no "encaja", no hay por qué echarle la culpa a él ni a nosotros, ni siquiera al centro. Bastará con rectificar a tiempo.
1 Antes de nada hay que pensar en el niño. Su forma de ser define, en principio, el tipo de educación que más le conviene.
2 Lo primero que hay que tener en cuenta es si se desea un colegio público o privado, mixto o diferenciado, religioso o laico, que esté cerca de casa o alejado.
3 El capítulo presupuestario es básico. Ningún colegio debe suponer un riesgo demasiado importante para la economía familiar.
4 Es preciso buscar un tipo de educación y un método pedagógico que se aproxime al de la familia: rígido, liberal, disciplinado, tradicional...
5 Conviene valorar, objetivamente, dónde está situado, la calidad de sus instalaciones, el tamaño de las aulas y el número de alumnos por cada una de ellas, los horarios, el comedor y si es necesario el transporte.
6 Es importante tener presente que la colaboración familia-escuela es vital para un buen desarrollo del proceso educativo.
7 El tiempo que el niño permanece en el colegio es superior al que pasa en casa de un modo activo. Por eso, una relación óptima con su maestra es absolutamente fundamental y prioritaria.
8 Después de que haya comenzado el curso escolar, se debe prestar una especial atención al proceso evolutivo de adaptación del niño al colegio elegido.
9 En ningún momento debe sentir temor alguno a enfrentarse con la clase o con el docente. Tampoco aburrirse o fingir mil dolores, fiebres o excusas para evitar ir a clase. Todo ello son síntomas evidentes de que algo no funciona bien o comienza a fallar.
10 Si los padres notan que su hijo no encaja con el lugar elegido, lo mejor es cambiarlo de colegio cuanto antes.
1 Antes de nada hay que pensar en el niño. Su forma de ser define, en principio, el tipo de educación que más le conviene.
2 Lo primero que hay que tener en cuenta es si se desea un colegio público o privado, mixto o diferenciado, religioso o laico, que esté cerca de casa o alejado.
3 El capítulo presupuestario es básico. Ningún colegio debe suponer un riesgo demasiado importante para la economía familiar.
4 Es preciso buscar un tipo de educación y un método pedagógico que se aproxime al de la familia: rígido, liberal, disciplinado, tradicional...
5 Conviene valorar, objetivamente, dónde está situado, la calidad de sus instalaciones, el tamaño de las aulas y el número de alumnos por cada una de ellas, los horarios, el comedor y si es necesario el transporte.
6 Es importante tener presente que la colaboración familia-escuela es vital para un buen desarrollo del proceso educativo.
7 El tiempo que el niño permanece en el colegio es superior al que pasa en casa de un modo activo. Por eso, una relación óptima con su maestra es absolutamente fundamental y prioritaria.
8 Después de que haya comenzado el curso escolar, se debe prestar una especial atención al proceso evolutivo de adaptación del niño al colegio elegido.
9 En ningún momento debe sentir temor alguno a enfrentarse con la clase o con el docente. Tampoco aburrirse o fingir mil dolores, fiebres o excusas para evitar ir a clase. Todo ello son síntomas evidentes de que algo no funciona bien o comienza a fallar.
10 Si los padres notan que su hijo no encaja con el lugar elegido, lo mejor es cambiarlo de colegio cuanto antes.
jueves, 17 de mayo de 2012
El gusto de los niños por el terror
Muchos padres no se explican el amor por el horror que sienten sus hijos. En cambio, los psicólogos lo ven muy claro: "La televisión, el cine, la literatura... reproducen lo que hay en la sociedad", dice la psicóloga brasileña Elza Días Pacheco. "Los noticieros están llenos de hechos sangrientos que alteran a los chicos, por eso necesitan del terror falso y de los monstruos de ficción para exorcizar sus miedos...". Según esta especialista, doctora en psicología, autora de varios libros sobre comunicación, profesora del curso Televisión y niños en la Universidad de Sao Paulo, "los monstruos gustan tanto porque tienen poder. Pueden transformarse o ser invisibles, vencer a quien quieran, dominarlo todo. El niño se identifica con ellos porque está indefenso, dependiendo de los adultos y, a veces, tiene deseos de venganza y necesita dar salida a su agresividad".
"Los niños no son tan maniqueos como nosotros -continúa-. Saben que todos tenemos algo de malos y de buenos, por eso les interesan las mutaciones horripilantes. ¿Recuerdas El Increíble Hulk, ese que se transformaba en un hombre verde? Gustaba a todo el mundo, porque podía ser un tipo normal, con sus limitaciones, y de pronto, al enojarse, se volvía omnipotente".
Aunque no existe ningún estudio concluyente, se tiende a recelar de los efectos de la monstruosidad en el público infantil. "Los chicos no son tan tontos -dice la psicóloga- Distinguen perfectamente entre la realidad y la fantasía. A ellos les viene bien ver estas eos as, porque así entienden sus propios monstruos interiores. Puede haber excepciones en casos problemáticos, pero eso deben verlo sus padres... Porque a un niño no se lo conoce sólo leyendo a Freud, sino conviviendo con él, viendo las películas a su lado, vigilando sus reacciones, compartiendo y escuchando sus opiniones...".
En realidad, si a ellos les gusta el terror y nosotros podemos resistir el miedo de quedarnos a su lado, no hay nada que temer. Se supone que juntos podremos defendernos. Nosotros a ellos... o, mejor dicho, ellos a nosotros. Porque, bien mirado, nuestro exceso de protección resulta trasnochado frente a su claridad para entender las cosas. El otro día, un chico de tan sólo dos años, al ver a su padre muy trajeado para una fiesta, le decía: "Papá, qué lindo estás... pero ¿por qué te vestiste de Drácula?".
"Los niños no son tan maniqueos como nosotros -continúa-. Saben que todos tenemos algo de malos y de buenos, por eso les interesan las mutaciones horripilantes. ¿Recuerdas El Increíble Hulk, ese que se transformaba en un hombre verde? Gustaba a todo el mundo, porque podía ser un tipo normal, con sus limitaciones, y de pronto, al enojarse, se volvía omnipotente".
Aunque no existe ningún estudio concluyente, se tiende a recelar de los efectos de la monstruosidad en el público infantil. "Los chicos no son tan tontos -dice la psicóloga- Distinguen perfectamente entre la realidad y la fantasía. A ellos les viene bien ver estas eos as, porque así entienden sus propios monstruos interiores. Puede haber excepciones en casos problemáticos, pero eso deben verlo sus padres... Porque a un niño no se lo conoce sólo leyendo a Freud, sino conviviendo con él, viendo las películas a su lado, vigilando sus reacciones, compartiendo y escuchando sus opiniones...".
En realidad, si a ellos les gusta el terror y nosotros podemos resistir el miedo de quedarnos a su lado, no hay nada que temer. Se supone que juntos podremos defendernos. Nosotros a ellos... o, mejor dicho, ellos a nosotros. Porque, bien mirado, nuestro exceso de protección resulta trasnochado frente a su claridad para entender las cosas. El otro día, un chico de tan sólo dos años, al ver a su padre muy trajeado para una fiesta, le decía: "Papá, qué lindo estás... pero ¿por qué te vestiste de Drácula?".
jueves, 10 de mayo de 2012
Ejercicio durante el embarazo
El ejercicio físico es muy recomendable para las embarazadas, pero debe ser el ginecólogo el que, en cada caso, autorice la práctica de una u otra actividad.
El ejercicio estimula la circulación y la oxigenación del feto; favorece la estabilización hormonal, ayuda a eliminar toxinas, evita la hipertensión, previene la descalci-ficación ósea y eleva el tono de los músculos abdominales.
En general, si la mujer hacía deporte antes del embarazo, no hay inconveniente para que lo siga practicando, salvo que se trate de alguno de los riesgosos: equitación, artes marciales, atletismo, gimnasia con aparatos, esquí (de nieve y acuático), remo, aerobio, básquet, tenis, paddle... y todos los que exijan un esfuerzo demasiado violento.
Los ejercicios más adecuados para la mujer durante la gestación son caminar a paso ligero, sin cansarse y, de modo muy especial, la natación. Ambos pueden practicarse durante los nueve meses y resultan muy beneficiosos. El primero mejora la circulación y previene las várices y la flebitis; y el segundo ejercita la musculatura del abdomen, los brazos y las piernas. Si el médico no opina lo contrario, también se puede correr suavemente o hacer ciclismo de paseo, pero sólo durante los primeros meses.
jueves, 3 de mayo de 2012
Dos bebés seguidos
Mamaderas, pañales, baberos, papillas, cacas, pises, cunas, cochecitos, horarios cambiados, llantos nocturnos, ojeras, sueño... sobre todo mucho sueño. Estas han sido las máximas que han gobernado mi vida durante los últimos veinte meses, fecha en la que mi hijo más pequeño, Juan, decidió venir al mundo sin pedir permiso y con la intención de no permitir que Camila, un año y medio mayor que él, se convirtiera en hija única durante un período de tiempo razonable.
Cuando la prueba del embarazo dijo sí por primera vez me puse tan contenta que me creía la única mujer embarazada sobre la faz de la Tierra. Por fin iba a ser mamá. ¡Fantástico! Pero cuando sólo dieciocho meses después el test volvió a mostrar su cara positiva, la mía se transfiguró.
La segunda vez es bastante diferente
El panorama no era para menos: Camila sólo tenía nueve meses, aún le daba dos tomas de pecho, se despertaba un promedio de diez veces por la noche (de verdad, no estoy exagerando), y la sola idea de hacer un bis maternal en un período de tiempo récord, me convirtió en un manantial inagotable de lágrimas durante unas cuantas semanas.
Ocho meses después nació Juan, antes de tiempo, con mucho apuro por husmear lo que pasaba afuera. Dejé de no dormir, debido al peso de la panza, para pasar a no pegar ni un ojo entre los llantos alternos y a veces conjuntos de mis dos retoños: uno reclamando su porción de teta cada tres horas con la precisión de un reloj suizo, la otra exigiendo mi presencia junto a su cunita para recordarme que ella había llegado antes.
Tras los primeros días de caos, llantos y desesperación por mi parte, decidí mirar las cosas con otra óptica, o al menos intentarlo. Muchas madres antes que yo -entre otras la mía- habían sacado adelante a su numerosa prole y, ¡milagro!, habían sobrevivido. Así que puse manos a la obra y elaboré un plan que me permitiera salir airosa de la prueba sin demasiadas heridas de guerra.
El diseño de un plan estratégico
Después de rechazar algunas propuestas de mi inconsciente más insensato, como la de retirarme a un convento de clausura para no tener que oír más ruido que el de mis propias pisadas, o la de ir a comprar cigarrillos y no volver hasta que Juan fuera a la facultad, me di cuenta de que podía hacer muchas cosas para mejorar mi situación.
Camila fue el primer objetivo de mi estrategia: empecé , a llevarla a la guardería. Así, aunque no fuera más que durante un ratito, sólo tendría que enfrentarme con uno. Después, decidí apelar a la generosidad de los tíos, tías, abuelas y demás parientes y,con el dinero recaudado, compré un cochecito especial para llevar a dos chicos muy seguidos de diferentes edades. Se componía de un moisés en la parte posterior y, adelante, una silla normal.
Aquello, más que un cochecito, parecía un ómnibus, pero me permitió -además de airear a los bebés-ponerme en forma sin necesidad de gastar dinero en gimnasios, ya que el vehículo, cuando iba completo, pesaba alrededor de 50 kilos. Cada vez que salía de paseo era el blanco de todas las miradas: algunas, comprensivas y partidarias de los premios a la natalidad, piropeaban a los chiquitos; otras, más realistas, cuchicheaban entre sí: "¡pobrecita!".
Virus compartidos
Uno de mis grandes hallazgos fue darme cuenta de que mantener una higiene estricta con los utensilios que Juan se obstinaba en chupar hasta quedarse exhausto (chupetes, mordedores, muñequitos, cucharas, etc.) era absurdo ya que Camila se encargaba de catarlos con su lengüecita con el mismo entusiasmo que su hermano.
Después de pasarme los primeros treinta días hirviendo constantemente los artilugios del pequeño, mi pediatra vino a tranquilizarme: "Todo tiene que estar limpio, pero no pretendas que el nene no pase los resfríos y enfermedades típicas de los chicos, porque es imposible".
Así que dejé que la naturaleza siguiera su curso y ya no hacía ningún esfuerzo por impedir que la nena le mostrara a su hermano todo su amor filial besuqueándolo, tosiéndo-le encima, metiéndose en su cuna u ofreciéndole un poco de chupetín pegajoso y repleto de los virus que ella se encargaba a su vez de adquirir día a día en la guardería. Juan pasó su primer invierno resfriado, pero el segundo lo ha superado sin saber lo que son los mocos. Y yo me ahorré muchos esfuerzos inútiles.
Siempre había sido una ignorante total de los quehaceres hogareños. Pensaba que cualquiera podía hacerlos, pero me di cuenta de que ser ama de casa y mamá es mucho más complicado que salir a trabajar. Hasta dónde llegaría mi grado de desesperación maternal, que estaba deseando que llegara el lunes para ir a la oficina y cambiar el sonido de los gritos, llantos y peleas de mis chicos por las discusiones y chismes de mis compañeros de trabajo.
Cuando la prueba del embarazo dijo sí por primera vez me puse tan contenta que me creía la única mujer embarazada sobre la faz de la Tierra. Por fin iba a ser mamá. ¡Fantástico! Pero cuando sólo dieciocho meses después el test volvió a mostrar su cara positiva, la mía se transfiguró.
La segunda vez es bastante diferente
El panorama no era para menos: Camila sólo tenía nueve meses, aún le daba dos tomas de pecho, se despertaba un promedio de diez veces por la noche (de verdad, no estoy exagerando), y la sola idea de hacer un bis maternal en un período de tiempo récord, me convirtió en un manantial inagotable de lágrimas durante unas cuantas semanas.
Ocho meses después nació Juan, antes de tiempo, con mucho apuro por husmear lo que pasaba afuera. Dejé de no dormir, debido al peso de la panza, para pasar a no pegar ni un ojo entre los llantos alternos y a veces conjuntos de mis dos retoños: uno reclamando su porción de teta cada tres horas con la precisión de un reloj suizo, la otra exigiendo mi presencia junto a su cunita para recordarme que ella había llegado antes.
Tras los primeros días de caos, llantos y desesperación por mi parte, decidí mirar las cosas con otra óptica, o al menos intentarlo. Muchas madres antes que yo -entre otras la mía- habían sacado adelante a su numerosa prole y, ¡milagro!, habían sobrevivido. Así que puse manos a la obra y elaboré un plan que me permitiera salir airosa de la prueba sin demasiadas heridas de guerra.
El diseño de un plan estratégico
Después de rechazar algunas propuestas de mi inconsciente más insensato, como la de retirarme a un convento de clausura para no tener que oír más ruido que el de mis propias pisadas, o la de ir a comprar cigarrillos y no volver hasta que Juan fuera a la facultad, me di cuenta de que podía hacer muchas cosas para mejorar mi situación.
Camila fue el primer objetivo de mi estrategia: empecé , a llevarla a la guardería. Así, aunque no fuera más que durante un ratito, sólo tendría que enfrentarme con uno. Después, decidí apelar a la generosidad de los tíos, tías, abuelas y demás parientes y,con el dinero recaudado, compré un cochecito especial para llevar a dos chicos muy seguidos de diferentes edades. Se componía de un moisés en la parte posterior y, adelante, una silla normal.
Aquello, más que un cochecito, parecía un ómnibus, pero me permitió -además de airear a los bebés-ponerme en forma sin necesidad de gastar dinero en gimnasios, ya que el vehículo, cuando iba completo, pesaba alrededor de 50 kilos. Cada vez que salía de paseo era el blanco de todas las miradas: algunas, comprensivas y partidarias de los premios a la natalidad, piropeaban a los chiquitos; otras, más realistas, cuchicheaban entre sí: "¡pobrecita!".
Virus compartidos
Uno de mis grandes hallazgos fue darme cuenta de que mantener una higiene estricta con los utensilios que Juan se obstinaba en chupar hasta quedarse exhausto (chupetes, mordedores, muñequitos, cucharas, etc.) era absurdo ya que Camila se encargaba de catarlos con su lengüecita con el mismo entusiasmo que su hermano.
Después de pasarme los primeros treinta días hirviendo constantemente los artilugios del pequeño, mi pediatra vino a tranquilizarme: "Todo tiene que estar limpio, pero no pretendas que el nene no pase los resfríos y enfermedades típicas de los chicos, porque es imposible".
Así que dejé que la naturaleza siguiera su curso y ya no hacía ningún esfuerzo por impedir que la nena le mostrara a su hermano todo su amor filial besuqueándolo, tosiéndo-le encima, metiéndose en su cuna u ofreciéndole un poco de chupetín pegajoso y repleto de los virus que ella se encargaba a su vez de adquirir día a día en la guardería. Juan pasó su primer invierno resfriado, pero el segundo lo ha superado sin saber lo que son los mocos. Y yo me ahorré muchos esfuerzos inútiles.
Siempre había sido una ignorante total de los quehaceres hogareños. Pensaba que cualquiera podía hacerlos, pero me di cuenta de que ser ama de casa y mamá es mucho más complicado que salir a trabajar. Hasta dónde llegaría mi grado de desesperación maternal, que estaba deseando que llegara el lunes para ir a la oficina y cambiar el sonido de los gritos, llantos y peleas de mis chicos por las discusiones y chismes de mis compañeros de trabajo.
Poco a poco me fui organizando. Por ejemplo, le enseñé a comer sola a la mayor y, a los 18 meses, cenaba en su sillita que daba gusto verla. A los tres meses, el pequeño era un experto en tomarse la mamadera sólito en el moisés bajo mi vigilancia. Mientras tanto, yo preparaba pijamas, baños, abría cunitas y soñaba con el momento de acostarme en la cama viendo la tele.
Las madres no somos las únicas
Papá también existe, y las abuelas y abuelos están para algo. Así que no tuve remilgos a la hora de organizarme con la familia más allegada (y sobre todo más disponible) para obtener unas cuantas horas libres que me permitieran dedicarme a lo que más me gustaba (que en la mayoría de los casos consistía simplemente en dormir).
Algunos fines de semana, Camila emprendía un pequeño viaje, facturada con destino al domicilio de su abuela paterna; Juan se quedaba en casa durmiendo en compañía de su abuela materna... ¡Y yo aprovechaba para salir a ventilarme un poco! Lo hacía con tanta dedicación que, más de una vez, he visto dos películas seguidas: la sesión de noche y después la de madrugada.
Pero quizá la astucia que mejor resultado me ha dado fue hacerle ver a mi hija Camila que a papá se le podían pedir las mismas cosas que a mamá y que jugar con él resultaba muchísimo más divertido que perseguir a mamá por toda la casa. Fue difícil, pero terminó por entenderlo.
Posteriormente, sólo me quedó especializarme en economía doméstica para localizar los comercios donde los pañales fueran más baratos. También me compré dos joggins para ponerme "a trabajar" cuando llegaba a casa y conseguir mantener mi vestuario sin demasiados lamparones y residuos infantiles. Hice un master en salvamento y socorrismo para bañar a los dos a la vez sin que el más chiquito corriera el peligro de perecer ahogado con las caricias acuáticas de su hermana. Y me doctoré cum laude en paciencia, lo que me permitió reprimir mis instintos agresivos -que los he tenido-, cuando la nena despertaba al varoncito por hacer una gracia, o Juan decidía que los juguetes, después de haber sido recogidos por décima vez, quedaban mejor esparcidos por la alfombra, o cuando Camila decidía demostrarme que era grande destrozando mi mejor labial.
Con el tiempo, todo se olvida
Hoy, a veinte meses, las cosas han cambiado mucho. Ya duermo mis ocho horas seguidas, he dejado de ser la principal fuente de alimento de Juan, he desterrado el cochecito biplaza al garaje y mis hijos son más personas y menos bebés; hasta lo pasan bien juntos...
Y ahora, lejos de pensar en renunciar, estoy encantada con ellos. Su papá y yo no descartamos la idea de tener otro. ¿Una locura? Es posible, pero estoy segura de que la experiencia con los anteriores nos servirá para algo, ¿o no?
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jueves, 26 de abril de 2012
Para pasear al bebé
Una mochila caliente y cómoda hará feliz al niño. Estará en estrecho "contacto con mamá o papá"; y además será cómodo para vosotras, que podréis tener las manos totalmente libres.
Si el tiempo lo permite, llevad de paseo a vuestro hijo; una vuelta al aire libre siempre es algo bueno y bonito, sea cual sea su edad. El bebé, para su paseo, no necesita muchas cosas; le basta un vehículo cómodo, confortable, caliente y blandito, tanto si es un cochecito, como una sillita de paseo o una mochila.
Un saquito forrado, blandito, que envuelva con calor al niño puede ser tanto o más útil que el cuco para tenerlo en brazos, o para transportarlo por casa o en coche sin que tenga frío. La solución propuesta en esta fotografía es únicamente una de las muchas posibles. Vosotros mismos podéis adoptarla o modificarla de acuerdo con vuestras propias ideas. También se puede utilizar la sillita de paseo o el cochecito, y protegido de esta forma podrá afrontar adecuadamente el invierno y la montaña.
Si el tiempo lo permite, llevad de paseo a vuestro hijo; una vuelta al aire libre siempre es algo bueno y bonito, sea cual sea su edad. El bebé, para su paseo, no necesita muchas cosas; le basta un vehículo cómodo, confortable, caliente y blandito, tanto si es un cochecito, como una sillita de paseo o una mochila.
Un saquito forrado, blandito, que envuelva con calor al niño puede ser tanto o más útil que el cuco para tenerlo en brazos, o para transportarlo por casa o en coche sin que tenga frío. La solución propuesta en esta fotografía es únicamente una de las muchas posibles. Vosotros mismos podéis adoptarla o modificarla de acuerdo con vuestras propias ideas. También se puede utilizar la sillita de paseo o el cochecito, y protegido de esta forma podrá afrontar adecuadamente el invierno y la montaña.
jueves, 19 de abril de 2012
Estreñimiento en bebés
¿Qué hacer ante el verdadero estreñimiento?
Este problema es casi exclusivo de los que toman mamadera. En algunos casos, mejora al cambiar la marca de leche. Comprobemos que los biberones estén preparados con suficiente agua y sin apretar ni colmar las medidas de leche.
Si el bebé hace caca más o menos cada dos días, lo mejor es esperar pacientemente, y, cuando tenga edad para tomar otros alimentos, buscar los más ricos en fibra (legumbres, verduras, frutas, cereales integrales). Los masajes suaves en la barriga -en el sentido de las agujas del reloj- pueden ser útiles. El jugo de naranja tiene muy poca fibra y no suele hacer mucho efecto.
A veces, cuantos más días pasan, más grande y dura es la bola. Entonces es necesario intervenir, con un supositorio de glicerina o estimulando la colita con perejil con aceite (el termómetro es peligroso, podría romperse). No conviene acostumbrarlo a estos métodos, porque puede terminar perdiendo el estímulo natural y no ser capaz de hacer caca por sí mismo. Y no pongamos lavativas a un bebé sin consultar al médico.
Si el bebé hace caca más o menos cada dos días, lo mejor es esperar pacientemente, y, cuando tenga edad para tomar otros alimentos, buscar los más ricos en fibra (legumbres, verduras, frutas, cereales integrales). Los masajes suaves en la barriga -en el sentido de las agujas del reloj- pueden ser útiles. El jugo de naranja tiene muy poca fibra y no suele hacer mucho efecto.
A veces, cuantos más días pasan, más grande y dura es la bola. Entonces es necesario intervenir, con un supositorio de glicerina o estimulando la colita con perejil con aceite (el termómetro es peligroso, podría romperse). No conviene acostumbrarlo a estos métodos, porque puede terminar perdiendo el estímulo natural y no ser capaz de hacer caca por sí mismo. Y no pongamos lavativas a un bebé sin consultar al médico.
jueves, 12 de abril de 2012
Diarrea en lactantes
Por suerte, este trastorno es raro en los niños de pecho. Para sospechar que estos bebés tienen realmente diarrea, deben tener también vómitos, fiebre, sangre en las heces o un mal aspecto general.
El objetivo del tratamiento no es que hagan menos cacas. Si el problema fuera el número de deposiciones, el único riesgo sería arruinarse comprando pañales. Los verdaderos peligros son la deshidratación (falta de agua y sales minerales) y, a más largo plazo, la desnutrición (falta de comida). Lo peor que se puede hacer a un niño con diarrea es dejarlo sin beber o sin comer. No hay que hacer caso a la recomendación de mantener a un bebé en ayunas o darle sólo arroz.
Si únicamente toma pecho, debemos seguir dándoselo; cuántas más veces, mejor. Si la caca es abundante, puede ser que necesite agua o suero después de las mamadas (pero no es en vez de ellas). Si toma sólo mamadera, sigamos ofreciéndosela, en principio con la misma leche y a la misma dilución, y habrá que darle agua o suero después de las tomas. Y si ya come papillas, ofrezcámosle la dieta de costumbre. Como probablemente habrá perdido el apetito, no lo obliguemos y procuremos darle lo que más le guste, con frecuencia y en pequeñas cantidades. Cuanta más caca haga o cuanto más vomite, más pecho y más líquidos necesitará; no dejemos de darle líquido porque haya devuelto. Ante una diarrea importante, hay que acudir al médico.
El objetivo del tratamiento no es que hagan menos cacas. Si el problema fuera el número de deposiciones, el único riesgo sería arruinarse comprando pañales. Los verdaderos peligros son la deshidratación (falta de agua y sales minerales) y, a más largo plazo, la desnutrición (falta de comida). Lo peor que se puede hacer a un niño con diarrea es dejarlo sin beber o sin comer. No hay que hacer caso a la recomendación de mantener a un bebé en ayunas o darle sólo arroz.
Si únicamente toma pecho, debemos seguir dándoselo; cuántas más veces, mejor. Si la caca es abundante, puede ser que necesite agua o suero después de las mamadas (pero no es en vez de ellas). Si toma sólo mamadera, sigamos ofreciéndosela, en principio con la misma leche y a la misma dilución, y habrá que darle agua o suero después de las tomas. Y si ya come papillas, ofrezcámosle la dieta de costumbre. Como probablemente habrá perdido el apetito, no lo obliguemos y procuremos darle lo que más le guste, con frecuencia y en pequeñas cantidades. Cuanta más caca haga o cuanto más vomite, más pecho y más líquidos necesitará; no dejemos de darle líquido porque haya devuelto. Ante una diarrea importante, hay que acudir al médico.
jueves, 5 de abril de 2012
Diagnóstico prenatal
Bajo la expresión diagnóstico prenatal se agrupan todas aquellas acciones médicas que, llevadas a cabo durante el período de gestación, tienen por objeto la prevención, diagnóstico y tratamiento precoz de cualquier defecto congénito del bebé. Entendiendo por tal, según la definición adoptada por la Organización Mundial para la Salud, "toda anomalía del desarrollo morfológico, estructural, funcional o molecular, presente al nacer (aunque pueda manifestarse más tarde), externa o interna, familiar o esporádica, hereditaria o no, y única o múltiple".
Se trata de ofrecer a las parejas la mayor información médica disponible para que la oportunidad de tener hijos sanos sea lo más elevada posible. Pero también de diagnosticar lo más precozmente posible cualquier afectación fetal y su grado, con el fin de iniciar rápidamente un protocolo destinado a tratar el problema (cuando ello sea posible). Y, por último, de adoptar una serie de medidas para que en un hipotético embarazo posterior disminuyan las posibilidades de presentar ese problema.
Su finalidad es la de salvar vidas
De hecho, alrededor de un 96 por ciento de los diagnósticos prenatales que se realizan sirven para tranquilizar a los futuros padres, que comprueban que su hijo está sano. Al ser mayoritarias las posibilidades de un resultado favorable, estos diagnósticos han permitido a miles de mujeres disfrutar del embarazo sin fantasmas.
Problemas que podían haberse evitado
Alrededor del 5-6 por ciento de los niños nacidos presenta algún tipo de defecto congénito inmediato, a lo largo del primer año de vida o en etapas posteriores.
Se trata de ofrecer a las parejas la mayor información médica disponible para que la oportunidad de tener hijos sanos sea lo más elevada posible. Pero también de diagnosticar lo más precozmente posible cualquier afectación fetal y su grado, con el fin de iniciar rápidamente un protocolo destinado a tratar el problema (cuando ello sea posible). Y, por último, de adoptar una serie de medidas para que en un hipotético embarazo posterior disminuyan las posibilidades de presentar ese problema.
Su finalidad es la de salvar vidas
De hecho, alrededor de un 96 por ciento de los diagnósticos prenatales que se realizan sirven para tranquilizar a los futuros padres, que comprueban que su hijo está sano. Al ser mayoritarias las posibilidades de un resultado favorable, estos diagnósticos han permitido a miles de mujeres disfrutar del embarazo sin fantasmas.
Problemas que podían haberse evitado
Alrededor del 5-6 por ciento de los niños nacidos presenta algún tipo de defecto congénito inmediato, a lo largo del primer año de vida o en etapas posteriores.
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