Afortunadamente, hoy en día se observa una disminución de esta tendencia a estimular el aparato motor precozmente. Hace ya 60 años, la médica húngara Emmí Pikler hizo una campaña en favor de la libertad de los niños para evolucionar según su propio ritmo. Con objeto de demostrar que no hacía falta ningún tipo de presiones paternas, ella y su marido llevaron sus ideas a la práctica experimentando con su propia hija.
Decidieron no intervenir para nada en el desarrollo motor de la pequeña. Es decir, no enseñarle nada, no apresurarla, no hacer ejercicios específicos con ella. Sólo procuraban que el ambiente y las circunstancias fueran propicios: suficiente espacio para moverse (amplio, sin obstáculos ni peligros), ropa adecuada muy holgada, mucha atención y cariño...
Decidieron no intervenir para nada en el desarrollo motor de la pequeña. Es decir, no enseñarle nada, no apresurarla, no hacer ejercicios específicos con ella. Sólo procuraban que el ambiente y las circunstancias fueran propicios: suficiente espacio para moverse (amplio, sin obstáculos ni peligros), ropa adecuada muy holgada, mucha atención y cariño...
Los padres querían saber si un niño al cual se lo deja evolucionar de una manera tan natural, llega igualmente a aprender a mantenerse sentado, de pie y a caminar como otros bebés. El resultado fue que su desarrollo no se retrasó en absoluto con respecto a otros chicos de su misma edad;
Demostraron así que los bebés, además de necesitar libertad absoluta para avanzar en su camino hacia la verticalidad, precisan también del amor y apoyo incondicional de sus padres.